domingo, 19 de mayo de 2013

El don de temor de Dios

El don del temor de Dios es un amor de Dios consciente de la propia fragilidad, y por consiguiente, de la posibilidad de ofender al Señor, de perder su amistad.

Es una actitud de grande reverencia hacia un Misterio que nos supera por todas partes, que no poseemos, que no tenemos a la mano, porque nos es dado continuamente como un don, y nosotros tenemos continuamente la posibilidad de rechazarlo, de perderlo, de descuidarlo: no se puede trivializar el Misterio divino.

El temor de Dios es la conciencia de que Dios es -según la conocida expresión- Mysterium fascinans, misterio que atrae y fascina por su amabilidad; y al mismo tiempo es la conciencia de que Dios es también Mysterium tremendum, con el cual no se puede jugar, que nos interpela profunda y seriamente porque es amor total y exigente, relación personal de alianza y de don.

El temor de Dios ve el actuar moral no como simple obediencia a una ley, sino como una relación con una persona; relación personal con Dios Padre, con el Señor Jesucristo. Por consiguiente, el temor de Dios nos permite vivir el actuar moral con toda la delicadeza, el respeto, la diligencia, el afecto que expresa la relación verdadera con una persona, que exige la relación con Dios mismo, Padre y Señor.

En este sentido, el temor de Dios es señal de madurez, de moralidad elevada, de responsabilidad vivida, de religiosidad auténtica.

La expresión "temor de Dios", o "Santo temor de Dios" está lejos del lenguaje actual: ¿La religión cristiana es la religión del amor y, cómo entonces entre los dones del Espíritu Santo se incluye el temor? ¿Cómo se puede temer a Dios que es Amor, Misericordia, Bondad?

Y sin embargo, sabemos que el "temor de Dios", el "temer a Dios" es, análogamente a lo que hemos visto para la sabiduría, una de las expresiones más frecuentes del Antiguo Testamento. El temor de Dios está relacionado estrechamente con la sabiduría: temer a Dios es la síntesis de toda la religiosidad bíblica, es un actitud nobilísima del hombre.

El temor del Señor no es algo que aplasta, sino que ensancha el corazón, alegra, produce regocijo y júbilo; es principio, plenitud, corona, raíz de la sabiduría. Se trata de una actitud muy elevada, positiva, muy deseable,

Trataremos de entender qué es el don del temor de Dios a través de tres momentos:

Jesús vive el temor de Dios.

El temor de Dios -en su verdadero significado- se halla presente en Jesús, quien vive una reverencia profunda frente al Padre y a su voluntad. La expresión tal vez más grande de esa reverencia es la oración del Getsemaní: "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42)

Jesús infunde temor.

De diversos pasajes evangélicos (Los "ayes" que en Lucas siguen a las Bienaventuranzas, los "ayes" pronunciados contra los escribas, fariseos y doctores de la ley;  la serie de amenazas contra Jerusalén y otros similares), se puede deducir que Jesús no tiene miedo de emplear un lenguaje fuerte, no tiene miedo de infundir temor. Nos preguntamos ¿porqué? ¿existe acaso una pedagogía del miedo en el modo de actuar de Jesús?

No. La pedagogía de Jesús es una pedagogía de la responsabilidad: el Reino está aquí, con sus valores supremos, el Reino es Jesús, y ay, entonces, de quien se apega a los valores mundanos como si fueran los últimos; perecerá junto con esos valores. Jesús nos enseña que quien coloca la propia confianza en valores mundanos, quien rechaza la primacía del Reino, firma su propia condena, cava para sí la fosa. El temor tiene una función pedagógica: la de responsabilizar, la de hacer entender la seriedad del Evangelio; el sentido de la seriedad de la existencia humana y de la responsabilidad de las propias acciones; el sentido de la responsabilidad hacia los otros, sobre todo hacia los más débiles; el sentido de la responsabilidad por la tierra, por el cosmos.

El temor como don en la vida del cristiano.

En la práctica, es un conjunto de actitudes que nos hacen superar la trivialidad, la superficialidad, la prisa con la cual, por ejemplo, oramos y entramos en la Iglesia o vivimos los sacramentos. Es un don que purifica, ligado a la seriedad de la vida, a la urgencia del Reino, a la responsabilidad; pero al mismo tiempo, es algo mucho más delicado, más profundo, más sutil; es algo capaz de abrir el corazón y de liberar el espíritu; y se expresa en el temor de faltar, de no estar a la altura de tan grande amor como lo es el que Dios nos tiene y, al mismo tiempo, el fuerte deseo de ser totalmente de Dios y entregarse plenamente a Sus planes.

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Adaptado de:
"Los dones del Espíritu Santo". Ejercicios espirituales para el pueblo. 
Carlo María Martini. Ed. San Pablo. Bogotá, 2008. 62 p.

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